Aquí os dejo uno de los capítulos de mi próximo libro en exclusiva, que se va a titular «Prison Freak» y que narrará mis memorias de la cárcel. Cuento como era uno de los problemas más graves: el sexo.
SEXO EN PRISION
Cada vez estaba más salido y no sabía ya que hacer para aplacar mi cachondez. Un día, desde la ventana del comedor, de casualidad, me fijé en una chica que estaba barriendo el suelo de ahí fuera. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos. Una mujer! Y qué mujer! Espectacular. Guapísima. Con el vaivén de la escoba, se le movían sus enormes tetas, que no estaban oprimidas por ningún sostén y bailaban en completa libertad. Me quedé un cuarto de hora totalmente hipnotizado mirándola. Un ángel había bajado del cielo y se movía al son de la escoba como lo puede hacer una stripper. Glorioso, mágico, hipersexual.
Algunos días tarde me la volví a encontrar, y me faltó esto y nada para hablar con ella, pero algo me frenaba. No quería conocer chicas problemáticas. Ya había tenido bastante con las que me habían metido en la cárcel con sus mentiras.
Me interesé por ella. Pregunté a un amigo de otro módulo sobre esa chica y me advirtió que tuviera cuidado con ella, que había arruinado la vida a más de uno, y que estaba amenazada de muerte por los que ella había metido en la cárcel. Además, me dijo que era una estafadora y una lianta. Eso hizo que jamás le dijese nada. Pero ese cuerpo, esa carita, no podía quitármela de la cabeza.
Notaba como mi semen retenido me subía poco a poco hasta la masa encefálica por la columna vertebral. Estaba a punto de explotar como una fuente en erupción. Necesitaba una mujer, ya. Pregunté a gente que llevaba tiempo, como se podía follar con alguna presa. Me dijeron que me apuntase a cursos. – Pero es que soy preventivo – . – Ah, entonces no puedes, tienes que esperar a que te condenen. – A que? – A que tengas una condena en firme, entonces podrás optar a cursos, y tendrás acceso a presas.
Pero ¿qué puta broma era esta?. ¿Condenado a no tener sexo hasta que te condenen?. No sería ni la primera ni la última vez que me cruzaría con presas en lugares comunes. Eso si, eran encuentros fugaces en donde no se podía hacer prácticamente nada. Donde más cerca estaba de ellas, era en el pabellón de comunicaciones, había que esperar en una sala a que bajasen las parejas que venían de verse del vis a vis. En sus caras se podía ver que venían de follar, cuando uno folla mucho, le salen unas pequeñas bolsitas debajo de los ojos que duran unos minutos. El olor era dulzón y el sexo aún se podía tocar. Todos habían follado menos yo, que pasaba por ahí de casualidad a tener que hablar con el abogado, y me dejaban en esa sala esperando a que viniera un funcionario a recogerme y llevarme a mi módulo.
Un día, la casualidad quiso que coincidiese con una presa en una de esas salas de espera. Y claro, nos pusimos a hablar. El tiempo pasaba y pasaba y cada vez la conversación se iba poniendo más interesante:
– Pues yo llevo ya 3 meses sin estar con una chica, y te juro que me subo por las paredes – me quejaba yo.
– Pues yo llevo año y medio y te juro que no puedo más ya. Quiero que alguien me folle. Estoy harta de las machorras de mi módulo, además, esas tías solo te meten dedos, y yo lo que quiero es una polla. – Se quejaba ella.
Yo me quedaba mirándola como diciendo, no me jodas, los dos queremos lo mismo. Hagámoslo aquí. Pero la mirada inquisitoria del funcionario de turno, que estaba delante nuestro, nos impedía hacer nada. Tan solo nos separaba el cristal del funcionario, si hubiéramos hecho algo esta convicta y yo, nos hubieran pillado fijo, porque estábamos demasiado expuestos.
Los dos estábamos sentados en sillas, a una distancia de dos metros. Y con el verbo y el deseo, hicimos el amor. O el sexo, como lo queráis llamar. Los dos fuimos contando qué es lo que nos gustaría hacer y que nos hicieran, y fue una de las experiencias sexuales más intensas de mi vida.
Nunca más la volví a ver, y eso quedará en nuestro recuerdo, pero fue algo mítico. Y te hace ver que el sexo está, sobre todas las cosas, en la mente.
No se si allí los que llevaban mucho tiempo eran ya gays antes de entrar, o se convertían a gays allí dentro. Me creo las dos versiones. El hecho es que la vida sexual en prisión queda totalmente mermada y lo que es hacer algo con una mujer, es algo lejano y complicado.
El sexo entre hombres allí no era raro y muchos se ponían a vivir juntos para poder follar tranquilamente. Incluso había otros que no eran maricas que también entraban en el juego y terminaban viviendo con otro marica por pura necesidad. Eso era, claro está, de chabolo para adentro. De chabolo para fuera, todos eran muy machos y nadie hablaba del tema. A nadie le gustaba que los demás supieran qué pasaba en sus celdas.
Todos excepto Rubén de Bilbao, que como ya conté, iba a su bola y decía quién era abiertamente. Su tarifa eran dos tarjetas por mamada, no tenía pecunio pero jamás le faltaba de nada.
El sexo en prisión entre hombres se adapta a las circunstancias, y hombres totalmente heterosexuales afuera, acaban teniendo relaciones homosexuales dentro porque es lo único que les queda. No digo que todo el mundo tiene por qué terminar así, pero sí que muchos daban el paso y entraban en el armario por pura necesidad. Eso si, todo el mundo callado. Apenas nadie sabía qué se cocía una vez se cerraba la puerta automática de la celda.
Se ve que en Soto, aunque fueras preventivo, podías ir a la escuela a hacer cursos. En Estremera no se podía. Así pues, el baño de la escuela olía a sexo que flipas. Muchos salían un momento y se liaban allí mismo, a veces gratis, otras veces pagando tarjetitas. Yo estaba jodido allí dentro, y todavía tendría que pasar mucho tiempo para poder tener mi primer vis a vis con mi novia.
Pasado un tiempo podías pedir dos vis a vis al mes. El de la familia y el de la mujer o novia. Había gente muy avispada que también follaba en el vis a vis familiar. Entrabas en una habitación con un baño y te daban dos horas con la familia. Lo que se solía hacer era que en un momento dado, los padres se quedaban en la salita, y tu mujer entraba en el baño contigo, y ahí le dabas de lo lindo mientras tus padres charlaban distendidamente, esperando a que acabases la faena.
Había un gitano que venía su mujer y 3 hijos a verle, y se ve que había un momento en el que el gitano le ponía una manta en el suelo a los niños para que jugasen, y le decían que no podían salir de esa manta, mientras que ellos se metían en el baño a follar. El hijo mayor se reía y les decía:
– Vas a meterle un pinchito a mi madre
Benditas criaturas… Y no, en las duchas nadie puso su sello en mi parte de atrás, precisamente porque en esa cárcel no había duchas comunitarias, todos teníamos la ducha en el chabolo. Que curiosa es la gente que lo que más me preguntaron todos una vez salí de allí es como estaba mi culito, si seguía virgen o si le habían dado lo suyo en las duchas. Gracias por vuestro interés por mi salud anal, gracias de verdad. Todo bien, gracias. La familia, bien, gracias, mi culo también, gracias.